Tian An Men (5 de junio de 1989), por Jeff Widener (AP)
“Para la crítica y la prensa especializada, la Historia del Cine siempre ha sido profilácticamente ajena a la Historia del Audiovisual, en especial por la aceptación hegemónica de la política de autor. Y creo que esta es la verdadera frontera –casi un muro– que queda por romper.”
mayo 2009 | biblioteca
Quiero imaginar que la reflexión en torno a Nuevas Fronteras y Nuevos Formatos en el cine español tiene una voluntad aperturista. Es decir, nuevas fronteras que se amplían, sumando territorios, y no aquellas que zanjan compartimentos estancos aislándolos y marcando límites entre ellos. Y parece que esta expansión territorial de nuestro cine viene capitaneada por una serie de cineastas cuyo común denominador es trabajar en formatos digitales, en los márgenes de la industria y con una mirada muy personal que “trae aire fresco” a una cinematografía estancada.
Es una realidad que el cine nacional está lleno de dinosaurios mal llamados academicistas y de otros creadores que nadie en su sano juicio puede entender cómo han llegado a hacer películas. Pero creo que ensalzar a nuevos cineastas como Isaki Lacuesta, Jaime Rosales o Albert Serra contraponiéndolos a la mediocridad y la inercia en la que se ve sumida nuestra cinematografía no hace ningún favor a nadie. Del mismo modo, no creo que sea correcto crear nuevos ghettos entre este tipo de directores y otros que trabajan en el seno de la industria y el cine de género como Alejandro Amenábar, J.A. Bayona, Paco Plaza o Jaume Balagueró. Me gustaría pensar que estas nuevas fronteras acogen y abarcan a todos ellos: dinosaurios, mediocres, artistas y artesanos. Y me gustaría no pensar que la crítica de este país se esfuerza en generar nuevos movimientos, nuevos autores, nuevas fronteras. Tal vez habría que reflexionar también sobre las nuevas fronteras de la crítica nacional.
Y es en este sentido en el que me gustaría aprovechar cierto entusiasmo por parte de Cahiers du Cinéma ante los nuevos soportes y vías de difusión (cine en los museos, aceptación del DVD como formato de consumo de calidad, difusión alternativa en Internet, móviles, iPods), así como una creciente curiosidad por creadores híbridos que compaginan varios soportes y formatos en su trabajo (si no, ¿qué pinto yo aquí?) para animar a la crítica a ir más allá, a expandir sus fronteras.
Mi padre, cuando iba al cine de barrio en su infancia, veía en sesión continua un corto animado, un serial, un noticiero (sabemos cual) y un largometraje. Y para él todo eso era cine. A lo mejor lo aprendí de él, pero para mí, desde muy pequeño, cine era todo lo que se movía en una pantalla, ya fuera la de una sala, la de un televisor o incluso la de mi Game & Watch de Nintendo. Tuve la suerte de tener unos padres cinéfilos, que me ponían cintas Betamax con películas de John Ford, Vincente Minnelli o Jacques Tourneur. Pero recuerdo con la misma intensidad el Thriller de Michael Jackson, los tanques de Tian’anmen o las tetas de Sabrina. Y todo eso ha conformado un imaginario personal homogéneo. Y para mí sólo ha existido siempre una frontera: la que separa el cine que me hechiza o me golpea del que me hace apartar la vista por aburrido, mentiroso o insignificante.
Sin embargo, para la crítica y la prensa especializada, la Historia del Cine siempre ha sido profilácticamente ajena a la Historia del Audiovisual, en especial por la aceptación hegemónica de la política de autor. Y creo que esta es la verdadera frontera –casi un muro- que queda por romper.
Yo adoro a Albert Serra. Espero con devoción sus nuevas películas. Pero, con la misma pasión cinéfaga, espero una instalación del colectivo Democracia, un anuncio de Nacho Gayán, un videoclip de Darío Peña, un super8 de David Domingo, una emisión de Muchachada Nui, una soirée de Gabinete de Crisis (“un programa de televisión que no verá en televisión”) o un nuevo video en YouTube de Hausmuller o Captainluck. Incluso sigo con verdadero entusiasmo de gourmet audiovisual fenómenos espontáneos como las mil versiones subtituladas del Niño loco Alemán o el culebrón white trash de Metalera vs. Emo (o el Pagafantas), donde la autoría se disuelve y la disfunción y el azar generan verdaderas joyas de la sintaxis.
Y es en este magma informe e incandescente, en este océano de lava hipersaturado y lleno de peligrosas medusas, en el que tiene que bucear el crítico cinematográfico contemporáneo. Nuevas Fronteras, Nuevos Formatos… ¿Quién dijo miedo?
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