Venusplutón!

Música líquida

Camera Lucida (2005), de Evelina Domnitch y Dimitry Gelfand

“Podemos alterar el orden de las canciones de un álbum o varios álbumes, podemos transformar el sonido y adecuarlo a un uso determinado, tomar un fragmento de la música de alguien y reutilizarlo a nuestra manera, extraer el esqueleto musical de una pieza para, a continuación, alterarla, cambiar las letras, volver a mezclar el sonido. La música pasa, así, de ser un nombre a un verbo, otra vez…”

mayo 2009 | biblioteca

Música líquida

por Arnau Horta publicado en Cultura/s de La Vanguardia

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El fenómeno musical ha cambiado de un modo radical e irreversible. Con su autonomización respecto a los soportes físicos que hasta hace muy poco servían para cristalizarla y objetualizarla, la música se ha desmaterializado y ha alcanzado una omnipresencia que Paul Valéry intuyó hace ya ochenta años en La conquista de la ubicuidad: "Las obras -predecía Valéry- adquirirán una especie de ubicuidad. Ya no estarán sólo en sí mismas, sino donde haya alguien y un aparato (…) Con un esfuerzo casi nulo nos alimentaremos de imágenes visuales o auditivas que nazcan y se desvanezcan al menor gesto, casi un signo". Y sigue: "Entre todas las artes es la música la que está más cerca de ser traspuesta al modo moderno. Su naturaleza y el lugar que ocupa en el mundo la señalan para ser la primera que modifique sus fórmulas de distribución, de reproducción, y aún de producción. De todas las artes, es la música la que tiene mayor demanda, la que más se mezcla con la existencia social, la más cercana a esa vida a la que anima, acompaña, o imita en su funcionamiento orgánico”.

La clarividencia del texto de Valéry es extraordinaria. En él se señalan con precisión los puntos clave de una revolución que hoy en día no sólo sacude los cimientos de la maltrecha industria discográfica (acosada y herida de muerte por la disponibilidad inmediata, masiva y gratuita de música através de la red), sino también los de numerosos paradigmas asociados a nuestra experiencia sonora y a los de la misma creación musical.

Al principio de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, Walter Benjamin citaba las primeras líneas del ensayo de Valéry como preámbulo de su análisis sobre lo sprofundos cambios estructurales y simbólicos que traía consigo la mecanización en la producción de signos. Las transformaciones del fenómeno musical en la actualidad son de un calado similar sino mayor. Liberada de su cautiverio material y convertida en información codificada digitalmente, la música ha completado un proceso de transformación que se inicia, hace unas décadas, con las primeras innovaciones en los formatos de almacenamiento.

Progresivamente, el avance de los soportes musicales ha ido favoreciendo una escucha más automatizada, más pasiva por parte del oyente. Acciones habituales hasta hace poco como dar la vuelta a un disco para escuchar la cara siguiente, rebobinar una cinta o cambiar un CD por otro están dejando de formar parte de nuestra relación cotidiana con la música. Del gramófono al disco de vinilo, del casete al CD, del mini-disc al reproductor de archivos mp3… Esta es, a grandes rasgos, la cronología de una carrera tecnológica hacia la conquista de una música portátil, sin interrupciones y potencialmente infinita. Ubicua. Pero esta permanencia de la música lleva pareja la obsolescencia de cada uno de los momentos que forman parte de ese continuo sonoro. Hoy más que nunca hemos dejado de escuchar música para, sencillamente, oírla (eso que Benjamin llamaba recepción distraída) y su selección ha dado paso, en el mejor de los casos, a una acumulación compulsiva de gigas y más gigas de archivos sonoros.

Decía Valéry que la música se mezcla con la existencia social; que anima, acompaña e imita el funcionamiento orgánico de la vida. Y eso es, precisamente, lo que hace en la época de su ubicuidad digital: se alinea con una forma de vida marcada por lo efímero, es poleada por el ritmo consumista que impone el mercado. Una forma de vida que Zygmunt Bauman denomina líquida. "Entre las artes del vivir moderno líquido –afirma–, saber librarse de las cosas prima sobre saber adquirirlas. La desechabilidad es la norma universal. La vida líquida es una serie de nuevos comienzos, una historia de finales sucesivos". Extensible a todos los ámbitos de la actividad humana, la liquidez que señala Bauman implica unos vínculos interpersonales débiles, un sustrato ideológico evanescente y una cultura "indisciplinada y difícil de controlar". La música no es una excepción. Comprimida digitalmente, trasciende el tiempo, elemento que le es consustancial y que habita en su esencia misma. La música como tal, como sonido a lo largo del tiempo, se transmuta en algo virtual, casi ilusorio. Se convierte en música líquida. Lo explica Bauman: "Cada vez se hace menos música con el propósito de ser escuchada. Delocontrario, se limitaría drásticamente su consumo y su beneficio potencial en el mercado. Pero haciendo de la música un entretenimiento para los siete días de la semana, veinticuatro horas al día, convirtiéndola en incesante ruido de fondo, la industria musical ha demostrado ser suicida. Ahora, sus productos están siempre y en todas partes pero se consumen sin contar con ella. La principal razón de la crisis de la industria es supropio éxito. (…) Los únicos productos duraderos, casi indestructibles, son los CD-ROM y los soportes en los que se graba y guarda la música. Pero la indestructibilidad no es aquí tanto signo de permanencia como promesa de que se podrá borrar infinitamente lo guardado para grabar cosas nuevas (…) Este acortamiento entre el usar y elt irar está en contradicción directa con la naturaleza de la creación cultural."

Las palabras de Bauman se sitúan en la estela del pensamiento crítico de Theodor Adorno, quien sostenía que la mercantilización de la música (y de la creación cultural en general) cancelaba la autoexpresión y favorecía la repetición de modelos estandarizados y predecibles. Pero Bauman va más allá y afirma que, incluso en la era de su gratuidad, la música se impulsa por la inercia del mercado. Así, aun eximida de su función mercantil, la música líquida continúa siendo reflejo de la alienación; un ejemplo contemporáneo de lo que Guy Debord denominó pseudoocio.

Hablar de música es hablar de poder. Gratis o no, la música lleva inscrita una importante carga simbólica que el economista Jacques Attali describe como "un modo de canalizar la violencia, un simulacro del homicidio ritual y una metáfora de la civilización". Para Attali, la música es, además, una "herramienta profética, un indicador que permite anticipar las mutaciones que más tarde tendrán lugar en la sociedad de la que procede".

Pasados treinta años desde la publicación de su libro Ruidos: Ensayo sobre la economía política de la música, Attali se muestra más optimista que Bauman. Las transformaciones estructurales que afronta la música en la era líquida (en la era del acceso o de la economía ingrávida, utilizando la terminología económica de Jeremy Rifkin) son indicativas para Attali de un proceso de cambio muy favorable para el conjunto del fenómeno musical: "Tras haber sido desacralizada, es decir, asesinada, a través de su objetualización y mercantilización, la música tiene ahora la oportunidad de resucitar y recuperar la función ritual que tenía en sus orígenes. Asistimos hoy al principio del fin de una música muerta".

Para Attali, esta nueva era de la música implica algo más importante que su emancipación de los engranajes del mercado y el fin de su encadenamiento a la creación de plusvalía. La música inicia en la actualidad lo que él denomina una era de la composición, una nueva etapa que consiste en una experiencia de lo musical que va más allá de la mera escucha pasiva: "La música de hoy anuncia un mundo en el que la gente creará y disfrutará con su propia música. La palabra amateur está perdiendo su sentido peyorativo. La cultura del sampleo y el auge de la figura del dj ponen de manifiesto el fin de la distinción entre producción, distribución y consumo, tanto en la música como en otros ámbitos".

En un sentido similar al de las palabras de Attali, Kevin Kelly, editor de la revista Wired, afirmaba hace ya algún tiempo en The New York Times Magazine que esta era de la música que aquí hemos llamado líquida suponía un cambio de paradigma radical, basado principalmente en la reapropiación del sonido por parte de los oyentes: "Una vez la música ha sido digitalizada, nuevos comportamientos emergen. Podemos alterar el orden de las canciones de un álbum o varios álbumes, podemos transformar el sonido y adecuarlo a un uso determinado, tomar un fragmento de la música de alguien y reutilizarlo a nuestra manera, extraer el esqueleto musical de una pieza para, a continuación, alterarla, cambiar las letras, volver a mezclar el sonido. La música pasa, así, de ser un nombre a un verbo, otra vez…".





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